Lo que el viento se llevó en Benicàssim

BENICÀSSIM.-  "Estamos trabajando en el problema del viento", decían desde la megafonía del festival mientras los asistentes esperaban intrigados a saber qué sucedería esa noche con ese viento racheado. Las lonas del Escenario Verde se habían desprendido por una esquina, por lo que al moverse hacían un sonido similar al de los fuegos artificiales. Las hileras de focos se agitaban como ropa tendida mientras las paredes de la zona de prensa temblaban como si hubiera un terremoto: la segunda jornada del FIB Heineken peligraba por segunda vez, después de que los bomberos apagaran un fuego en las proximidades del recinto hacia las diez de la noche. Y efectivamente se canceló dejando a los asistentes sin conciertos como Kings of Leon o Magazine.

Domenech Castelló (EFE)

La organización del festival decidió cancelar la jornada de conciertos ante las fuertes rachas de viento.

A pesar de que desalojaban a la gente de determinadas áreas tímidamente —la de prensa, personas inmovilizadas en la zona VIP por consejo de la organización, escenarios acordonados—, en ningún momento se lanzaron mensajes que hicieran que cundiera el pánico. Desde la megafonía se decían cosas bastante asépticas como "estamos trabajando en el problema del viento". No sabemos cómo trabajaban para que dejara de soplar, pero ahí estaban. Los fibers esperaban en el Escenario Verde con bastante calma mientras sus cabelleras eran agitadas por la ventisca.

Se escucharon todo tipo de rumores. Desde que todas las actuaciones estaban canceladas hasta que todo volvería a la normalidad pasada media hora. El chascarrillo más persistente fue que sólo se mantendría la programación del Escenario Verde, que desembocó en el anuncio de la actuación de Tom Tom Club hacia las doce de la noche, cuando estaban programados inicialmente para las 3 am, en lugar de los esperados Kings of Leon.

El público, el mismo que años antes lloraba desconsoladamente con la cancelación de Morrissey o montaba una avalancha durante The Pixies, asumía con deportividad la pérdida y bailaba al ritmo de este curioso combo. Finalmente, un par de canciones después, finalizaba la actuación y, por extensión, todos los conciertos del viernes. De poco sirvieron los preparativos de Christina Rosenvinge o The Horrors, que durante la tarde habían atendido a la prensa como anticipo de sus shows. Ahora se dice que los conciertos del viernes se reubicarán el sábado por la mañana, pero se han oído demasiadas cosas, y de momento lo único que hay que celebrar es que la cosa no ha pasado a mayores.

Temiendo que sucedieran escenas de pánico y avalanchas, el público ha ido abandonando el recinto a partir de medianoche, también un poco asqueado por los extraños líquidos que esparcía el viento en las zonas cercanas a los servicios. Mejor ni pensarlo. Sombreros mexicanos, bolsas de plástico o vasos vacíos volaban libres mientras que unos conformistas fibers asumían que la noche se había acabado e intentaban comer algo antes de irse a dormir a las ¿tiendas? Con la que estaba cayendo no las teníamos todas con nosotros de que quedase algo en pie en el cámping.

En vez de ponerse furiosa e intentar arrasar con todo, la gente esperaba bastante pacientemente la cola de los puestos de comida. No hacía excesivo frío y la sensación generalizada era de incredulidad, más que de indignación, después de que el aire pudiera acabar así con un festival tan grande. Incluso cuando el viento hacía moverse el puesto de perritos calientes como si fuera una hoja, obligando a cerrarlo con una cola de hambrientos ingleses a la espera, nadie se amotinó. Muy al contrario, pedían a gritos "Gimme a fucking hot dog!" con una sonrisa en la boca. Cuando se cayó el cartel con una salchicha dibujada, un inglés se abrazó a él y se quedó tan contento a pesar de seguir sin tener nada con que llenarse el buche. En cierta manera, la fiesta seguía y parecía que no se había cancelado nada de nada.