El malditismo de Antonio Vega lo acompaña hasta el velatorio

Tres guitarras, un piano y un retrato de gran tamaño acompañaban esta mañana al féretro de Antonio Vega, cantante, compositor, guitarrista y, sobre todo, figura de referencia del pop español que falleció ayer a los 51 años. Estaban allí por si alguno de los artistas y músicos que, con rostro compungido y gafas oscuras, han acudido a decir adiós al líder de Nacha Pop, le rendía homenaje improvisando una canción en tributo a esta piedra angular de la música española. Y qué mejor manera de hacerlo que con una de esas piezas maestras que, lejos de dejarse engullir por su pertenencia a los recopilatorios de 'La edad de oro del pop español' y el estigma de los bares de karaoke, han mantenido su entidad propia más allá de etiquetas.

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(EFE)

Las guitarras y el piano: la capilla ardiente.

Por allí han desfilado Andrés Calamaro, el Gran Wyoming, Lolita y Rosario Flores, Nacho Campillo (Tam Tam Go), Soledad Giménez (Presuntos Implicados), Miguel Ríos, Ismael Serrano, Josemi Carmona (Ketama), Carlos Jean o Nacho Cano. Pero no solamente ellos. Desde las 9 de la mañana los primeros fans esperaban a la entrada del Palacio Longoria, sede de la SGAE, para rendir un homenaje a ese novio de la muerte perpetuo que esquivó durante más de medio siglo un dramático destino escrito de antemano, como en una tragedia griega. Para cuando el féretro ha llegado al edificio, la cola ya daba la vuelta a la esquina y alcanzaba la calle Hortaleza.

"Frágil", "Atormentado", "Sensible" eran los adjetivos que más mencionaba la gente que lo apreciaba y admiraba. Muchos de ellos llevaban flores para depositar en la capilla ardiente. Marta cuenta que llevaba ocho años acudiendo asiduamente a los conciertos que Antonio daba en la Sala Clamores. "Me sentaba en primera fila y escuchaba hasta su respiración", asegura. Ayer se pasó el día llorando y esta noche se ha despertado a las 6 porque no podía dormir más. No es la única. Algunas personas tenían cara de haberse emocionado en las últimas horas y preferían no hacer declaraciones. "Para mí su muerte significa que se ha acabado una época", señala Luisa, de 41 años, quien recuerda los tiempos en los que acudía a los conciertos en RockOla.

Al menos cuatro generaciones distintas se mezclaban en una cola en la que había desde estudiantes hasta ejecutivos encorbatados. Todos tienen en común una cosa: las canciones de Antonio y de Nacha Pop han sido la banda sonora en algún momento de sus vidas. Resulta llamativo ver a chicos tan jóvenes como Marcos, que sólo tiene 10 años y sujeta una rosa blanca en la mano. Asegura que le da pena que Antonio no viva más para poder ir a un concierto suyo. Lo descubrió de la mano de su madre, a la que ha ido a acompañar y que destaca el "talento desmesurado" de un cantante cuya desaparición supone una pequeña muerte para todos. Su caso es el mismo que el de Teresa, de 22 años, a la que se lo enseñó su madre, que lo escuchaba mientras fregaba o se depilaba.

Pero son más numerosos los coetáneos, aquéllos que vivieron de forma directa su ascenso y sus continuos debilitamientos por culpa de las drogas. Lorena, de 40 años, ha ido a despedirse de la "voz rasposa" que acompañó a la época más "linda" de su vida, la de los 20 años. A Mercedes, de 44, una de las facetas que más le gustaban del compositor era la "parte feminista de sus letras": "se notaba que sabía entender a las mujeres de forma genuina". Emilio, que tiene 63, piensa que era un persona que tocó fondo y que, con su poesía urbana, pudo llegar a un público que comprendió su desesperación. "Supo sacar de la dificultad de la vida humana la elevación artística", coincide Marta, de 53. Quizás por saber reunir en torno a su figura a personajes de procedencia tan diversa, la nueva ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha destacado el papel "seminal" de Antonio como "transformador de la cultura de un país".

Todo este tormento y malditismo que lo persiguieron durante su vida, "corriendo con una bestia detrás", y que marcaron su biografía también han estado presentes. Varias personas esperan su turno con el rostro de haber compartido con su admirado Antonio la adicción que marcó su existencia: la heroína. Satur y Anchie —"nombres de guerra"— tienen 50 y 46 años. "Nos hicimos adolescentes con sus canciones y, en la madurez, vivimos con él esa losa que llevó siempre acoplada y que nosotros también tenemos", explican en referencia a la droga. Para esta pareja, sus canciones plasman el desencanto de una "generación perdida", la suya, marcada por el 'caballo'.

Por eso, han sentido con particular tristeza la pérdida de Vega, un cantante que sabía expresar su desesperación y angustia mejor que cualquier otro de los compositores que poblaron ese fértil y manido periodo de explosión cultural que vivió Madrid en los años 80, la 'Movida'. "Siempre nos quedaba la esperanza de que siguiera cantando", lamenta Anchie. Precisamente contra la trampa de la droga ha arremetido Teddy Bautista, productor del primer disco de Nacha Pop y presidente del Consejo de Dirección de la SGAE: "No se puede dejar cabalgar sin control el veneno del caballo", ha dicho entre elogios al compositor y guitarrista, del que ha destacado la paradójica fuerza creativa de una personalidad marcada por la fragilidad ("en un mundo descomunal").

Mientras, la afluencia de 'celebrities' del mundo de la cultura a la capilla ardiente de Antonio Vega ha sido un gran reclamo para la marabunta de periodistas que han ocupado el vestíbulo del edificio a la caza de sus imágenes y declaraciones. Las personas que se han congregado para despedirse de Antonio han tenido que esperar a que todos salieran y los 'plumillas' desalojaran la zona para poder empezar a pasar. "Cuánta burocracia sólo para decirle hasta luego", critica Anchie. Una hora después, cuando Satur y ella salen de la mano de la sede de la SGAE, se sonríen y parecen más animados. Piensan que estará tranquilo y eso les da fuerzas "para tirar otros tantos años".

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