Urgencias

Las desgracias vienen por parejas. El viernes por la noche soñaba yo tan tranquilo en algo muy agradable, que no puedo contar por si hay niños delante, cuando de repente una de las señoritas que me acompañaban en ese sueño empezó a estrangularme. Abrí los ojos y la cosa empeoró, porque el que me estrangulaba era el Ahmed, con una cara de loco total. Otra cosa no, pero de reflejos voy muy bien: le pegué un puñetazo en la barriga y el hombre se cayó redondo mientras se quejaba de dolor de tripa. El Ahmed: «Que me duele la tripa». Yo: «Asesino». El Ahmed: «Que me duele la tripa». Yo. «Asesino».

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Así hasta que se despertó el Vladi, y mira que hay que hacer ruido para que se despierte, se acercó al Ahmed, que aún estaba en el suelo, y dijo: «Oye, que al Ahmed le duele la tripa». Es lo que tiene el Vladimiro, que no se le escapa una. Le explico que le he pegado porque intentaba asesinarme, y el Ahmed, «que no, que no, que ya me dolía antes, por eso te despertaba». Me dio pena por él, la verdad.

Total, que el hombre parecía muy enfermo. Hubo que levantarle, echarle en la cama y, viendo que sufría como un cerdo (sin ánimo de ofender a los musulmanes), y que aquello parecía algo más que la típica indigestión nocturna ramadanera, llamamos a una ambulancia.

Las cosas podrían haberse encauzado ahí, si el Vladimiro no fuera tan mirado. El tío se empeñó en que los médicos no podían ver nuestro cuchitril en su estado natural, o sea sucio y desordenado, y se puso a hacer limpieza. Estaba moviendo el butacón gigante cuando se quedó doblado como en una reverencia, y ya no hubo forma de enderezarle. Así que los de la camilla, además de comprobar que vivimos en una leonera, aprovecharon bien el viaje y se llevaron a los dos, al de la tripa y al de la reverencia, y a mí de familiar-acompañante.

El Ahmed tenía una apendicitis de campeonato y le operaron por la mañana. Pobrecillo, se nos puso tierno cuando le bajaban al quirófano y se despidió de nosotros como si fuera a morirse.

Por resumir, el Ahmed ya está en casa, encantado con la Seguridad Social y convencido de que en España no van tal mal las cosas. Ha habido que buscarse la vida con el transporte, porque al hombre no le dan las fuerzas para subir en autobús, y al Vladimiro, que aún va doblado, pues tampoco. Por suerte, el Julián, el del bar donde trabajaba (y confiemos en que vuelva a trabajar) el Vladi, se ha portado y nos ha dejado la furgoneta.

El problema es que somos gente simple. Y me temo que el Ahmed, tan feliz de que le hayan curado rápido y bien (sólo está un poco mosca con el rapado de los bajos), se cree que los hospitales los ha hecho este gobierno y se ha vuelto zapaterista. En la furgoneta le he puesto la radio y ha empezado a discutir con ella porque todos los tertulianos ponían a caldo a Zapatero. Ahora está diciendo que no quiere perderse mañana «el discurso del presidente». ¿Y si le da por aplaudir? ¿Y si vitorea a Zapatero? ¿Qué pensarán los vecinos? Qué desgracia. Entre el barbudo zapaterista, y el que parece que le haya dado un pasmo haciendo la reverencia a una infanta, la gente del barrio acabará echándonos. Qué verguenza.