Gilani y Musharraf, una complicada convivencia

KABUL.-  Este martes tuvo lugar en Islamabad el juramento de un partidario comprometido con la líder política asesinada, Benazir Bhutto, como primer ministro de Pakistán. Yousuf Razi Gilani tomó posesión del cargo de manos del presidente, Pervez Musharraf. Los gritos de "Larga vida a Bhutto" que, tras el juramento, proferían los partidarios de Gilani, del Partido del Pueblo de Pakistán, sirvieron tanto para subrayar las credenciales del partido como para animar, aunque fuera sólo por un momento, lo que estaba siendo una ceremonia muy formal, lacónica y notablemente breve.

(EFE)

Abogados paquistaníes salen a la calle para celebrar la liberación de los jueces del Tribunal Supremo.

Gilani pasó cinco años en prisión bajo el gobierno militar del presidente Musharraf. Su relación no es natural ni gratificante para ninguno de los dos, o al menos no como lo era para el anterior titular tecnócrata, Shaukat Aziz y el presidente. Aún así, muchos esperan que la investidura de Gilani ponga fin a los dramáticos y violentos acontecimientos que han sacudido Pakistán en los últimos 10 meses. Este país no es nada fácil para ningún líder, y menos aún en el caso de todos aquellos que están estrechamente vinculados a la dinastía Bhutto, por lo que el nuevo primer ministro tendrá que enfrentarse a una amplia gama de desafíos de seguridad, constitucionales y de gestiones cotidianas desalentadores.

Un día antes de este juramento, después de haber sido elegido en el parlamento, Gilani reveló alguna de sus prioridades, entre ellas liberar a los jueces del arresto domiciliario al que fueron sometidos por orden del presidente Musharraf después de que impusiera la ley marcial el pasado otoño. Para el PPP y el partido que lo apoya en el gobierno, la Liga Musulmana-N de Pakistán, el Tribunal Supremo es una almenara sagrada de la democracia y la independencia. El gesto de Gilani demuestra que está preparado para desafiar a Musharraf sobre los asuntos políticos más controvertidos del año pasado, lo que trae malos presagios para este último y para los cambios constitucionales que promovió con el refuerzo de su poder y el del ejército. El PPP y la PMLN, dirigidos por el presidente desbancado, Nawaz Sharif, quieren reequilibrar la estructura del poder a favor del parlamento.

El que en su momento fue un poderoso presidente y más tarde jefe del ejército parece ahora cada vez más débil. Y puede que lo peor esté por llegar. Si los jueces del Tribunal Supremo despedidos son reinstalados en sus puestos, puede que dictaminen que la reelección del año pasado fue ilegal. Muchos pakistaníes quieren que Musharraf evite otro enfrentamiento y más inestabilidad política y deje su cargo cortésmente. El presidente, por su parte, ha manifestado su total apoyo a la coalición PPP/PMLN, pero puede que eso no le baste para salvarse.

En el transcurso del juramento, dos representantes del Departamento de Estado americano, John Negroponte y Richard Boucher, llegaron a Islamabad para reunirse con Gilani, Sharif y el presidente. Los americanos vigilarán de cerca para ver la posición del gobierno en la lucha contra los militantes islámicos, sobre todo los contrarios a los americanos y a las fuerzas del estado que se sitúan en las zonas tribales de la frontera con Afganistán. Gilani ha señalado su buena disposición para continuar en estrecha colaboración con los americanos, aunque la coalición quiere volver a analizar la política de Musharraf a la hora de abordar el activismo agresivo.

Las estrategias que Musharraf y el ejército seguían indignan a muchos paquistaníes, que creen que ha seguido los deseos de un agresor extranjero. Otros muchos creen que lo único que han hecho ha sido provocar un contragolpe, tanto al no haber evitado que se produjeran ataques de los militantes a lo largo de todo el país como al haber promovido la radicalización de la zona tribal. Un comentarista afirmó que el pueblo pakistaní tenía la esperanza de que Gilani ofreciera otras propuestas para afrontar los problemas en los que los otros habían fallado.

*Paul Anderson es antiguo corresponsal de la BBC en Pakistán.