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Exclusión Cultural y Ciudadanía

Actualizado 12-10-2009 17:06 CET

Hoy, en la primera década del siglo XXI, la pobreza, la violencia y el racismo, se perfilan como los grandes retos que los ciudadanos del mundo tenemos que afrontar y a los cuáles debemos aportar soluciones. Creemos en la posibilidad de lograr establecer una sociedad igualitaria, democrática, pluralista y multicultural. Por eso tenemos también la tarea de contribuir en la lucha por la construcción y el fortalecimiento de una cultura democrática, donde cada persona o comunidad, pueda vivir conforme a su identidad cultural, expresándola libremente, respetando por supuesto los derechos culturales de los demás y cumpliendo con sus deberes. Este constituye el marco de una verdadera Democracia Participativa, en la que creemos y por la cual luchamos los ciudadanos del siglo XXI, donde ningún grupo cultural que compone nuestra sociedad, se encuentre en situación de opresión y discriminación, con respecto al resto de la población.

Exclusión Cultural y Ciudadanía:

...hace un siglo, Tocqueville alababa las maravillas del sistema democrático estadounidense, enfatizando que, con la excepción de los esclavos, los sirvientes y los pobres mantenidos por los sistemas municipales, no había nadie en Estados Unidos que no pudiera ser elector y participar, si bien de manera indirecta, en la formulación de las leyes. Lo que es interesante, es que para Tocqueville excluir a las mujeres, los esclavos, los sirvientes y los pobres de la asistencia social -en otras palabras, más de la mitad de la población de Estados Unidos en aquel tiempo- no era una violación al ejercicio de los derechos democráticos de los individuos.

Carlos Alberto Torres (2001). Democracia, Educación y Multiculturalismo.

 Ser un ciudadano y gozar de los derechos y beneficios que demanda tal condición, constituyó un privilegio exclusivo de las elites sociales hasta buena parte del siglo XX. El pensamiento moderno ideó “un sujeto universal abstracto cuya capacidad de entender la realidad se media a priori por categorías cognoscitivas” (Torres, 2001), está concepción del “hombre” y de su realidad, excluyó de la esfera pública y de la historia de la cultura occidental, a numerosos sectores de la sociedad, dado que éstos últimos poseían otras cosmovisiones, diferentes a la realidad cartesiana (Poleo, 2004):

Quienes leían y participaban en círculos ilustrados establecieron una cultura democrática centrada en la crítica racional. Pero las reglas y los rituales de ingreso a los salones de la burguesía democratizadora limitaban el debate sobre el interés común a quienes podían informarse leyendo y comprender lo social desde las reglas comunicativas de la escritura. Hasta mediados del siglo XX, los vastos sectores excluidos de la esfera pública burguesa -mujeres, obreros, campesinos- eran pensados, en el mejor de los casos, como virtuales ciudadanos que podían irse incorporando a las deliberaciones del interés común en la medida en que se educaran en la cultura letrada[1]

 Pero el problema de la exclusión cultural, en Venezuela, Latinoamérica y el resto del mundo, no debe simplificarse o resumirse a un problema de alfabetización. Hay que partir del hecho de que dicha alfabetización ha sido utilizada como un instrumento de dominación cultural, en detrimento de algunas culturas y en beneficio de otras:

 La educación para la desobediencia surge como consecuencia de la pregunta que se hace desde la no violencia al analizar las situaciones de dominio y opresión que se producen y han producido en la historia de la humanidad: ¿cómo es posible que un grupo minoritario de personas controle a toda la sociedad? La respuesta a la que se llega es sencillamente demoledora: sólo con la colaboración o complicidad de esa mayoría.

Xesús R. Jares (1991) Educación para la paz. Su teoría y su práctica

Todavía hoy, en la primera década del siglo XXI, la escuela y la educación, continúan perpetuándose como constructoras y formadoras de la exclusión cultural, en la medida en que son empleadas para transmitir únicamente los valores de la cultura dominante (blanca, occidental), sobreponiéndola a las demás culturas, haciéndola ver como la cultura válida o “correcta”. Como si el “sentido común” del “hombre blanco heterosexual” (Torres, 2001), pudiera dar cuenta de todas las experiencias de vida de cada una de las personas que componemos el resto de la sociedad mundial. 

La sociedad moderna se ha levantado y desarrollado bajo un orden o principio androcéntrico que le ha otorgado al hombre, todo el poder y protagonismo histórico. Hasta bien entrado el siglo XX, el espacio público era prácticamente de dominio exclusivo de los hombres, quiénes ocupaban los cargos más importantes y de mayor poder, en las instituciones públicas y empresas, es decir, a nivel político y económico: presidentes, grandes empresarios. También eran admirados por su destreza física y valentía, convirtiéndose en héroes de guerra o en reconocidos y premiados deportistas. El talento artístico y la capacidad intelectual, es decir, la “genialidad”, como consta en los libros de “historia del arte” (arte burgués, cultura blanca), era considerada también cosa de hombres. Las mujeres artistas, intelectuales y deportistas, siempre quedaban relegadas en un segundo plano, cuando no eran consideradas “una rareza”, un complemento o elemento decorativo, siempre dependientes de la mirada, de la lectura, de la visión y concepción que tenía de ellas, el género masculino.

Pero el responsabilizar de tal manera al género masculino, es decir, a sólo una parte de la humanidad, de todas las acciones y decisiones de poder, es una carga muy pesada que arrojó consecuencias muy graves en el bienestar de dicha sociedad. La primera consecuencia grave del androcentrismo que podemos señalar, es la invisibilidad de la otra parte del género humano. Y cuando decimos “la otra parte”, no nos referimos exclusivamente a las mujeres, ni a las mujeres blancas en específico, sino a todas las personas que no somos “Hombre Blanco Heterosexual”.  El hecho de que la sociedad moderna se construyera tomando en cuenta sólo los principios, valores y necesidades del “Hombre Blanco Heterosexual”, la convirtieron en una sociedad egocéntrica e individualista. Razón por la cual, la civilización occidental se mira y se considera a sí misma, como “la cultura correcta”, es decir, que considera que no existe otra forma o “manera de ser” o de “hacerlo” mejor. Por supuesto que esta idea de considerarse “perfectos” “omnipotentes” e “indestructibles”, hace y convierte a las personas en intolerantes, porque los predispone negativamente hacia lo diferente, concibiéndolo como algo equivocado, que no tiene sentido ni razón de ser. ¿Qué hacemos con lo diferente? ¿Qué hacemos con el otro? Las respuestas que ha tenido la sociedad y cultura androcentrista para las anteriores cuestiones han sido varias: invisibilizar, dominar y eliminar:

La historia occidental está plagada de guerras, de luchas mundiales y de violaciones a los derechos humanos y culturales, en favor del control, la dominación y opresión, de grupos humanos. El ejercicio de la ciudadanía constituyó en un principio, dentro de la sociedad occidental, un derecho exclusivo de la clase burguesa, la cual, estableció oficialmente sus códigos culturales para poder ejercer la “ciudadanía universal”[2]

El materialismo y pragmatismo del mundo occidental, hoy día, a finales de la primera década del siglo XXI, pareciera hacerse cada vez más insostenible. Es verdad que gracias al desarrollo de la ciencia y la tecnología, el ser humano ha sido capaz por ejemplo de llegar a la luna, de conectarse con millones de personas, a través del uso de Internet y de crear medicamentos y tratamientos para la cura de enfermedades; pero también son muchas las pérdidas humanas, los daños ecológicos y la contaminación que ha sufrido el planeta, en aras del progreso. Luego de la segunda guerra mundial, de los traumas sociales causados por los crímenes de guerra, por los horrores del fascismo, la sociedad occidental comenzó a darse cuenta que el progreso tecnológico y científico, era un arma de doble filo; dicho desarrollo podía generar gran bienestar, pero a su vez, también era responsable de graves daños y crímenes contra la humanidad.

Uno de los valores más arraigados en nuestra sociedad, es la idea del progreso económico y el desarrollo tecnológico. La sociedad occidental contemporánea, se ha forjado bajo esta idea y este deseo. No hay país industrializado que no se sienta orgulloso de los alcances o avances logrados en cuanto a tecnología y poderío industrial. Pero la gran industrialización de los países ricos, como Estados Unidos o los países miembros de la Unión Europea, tienen su deuda en vidas humanas con África por ejemplo, porque unido a la Revolución Industrial y al dominio de Inglaterra en el siglo XIX y al de Estados Unidos en el siglo XX, está el saqueo y explotación del continente africano y la esclavitud de sus habitantes, a quienes se les despojó de su condición de seres humanos, al ser tratados y considerados como unas bestias, por aquellos que habían creado la “La Razón” y “Los Derechos Humanos”. Pero no sólo los esclavos africanos fueron víctimas de la Revolución Industrial, también fueron sus principales víctimas: hombres, mujeres y niñ@s del continente europeo y americano. Sin embargo para los hombres que habían creado “La Ley”, “La Justicia” y la “Democracia”, todo funcionaba de una manera correcta, justa y democrática, aunque se violaran los derechos humanos de sociedades y pueblos enteros.

Habría que esperar hasta finales de los años sesenta y principios de los setenta, del siglo pasado, para que el modelo burgués, de ciudadanía y ciudadano, fuera duramente criticado y cuestionado por las organizaciones civiles que abogaban por los derechos de las mujeres, jóvenes, negros, indígenas, obreros, campesinos, etc., porque dentro de esa idea de sociedad y ciudadanía, que el burgués, representado físicamente por el “hombre blanco adulto”, había creado para sí, no se tomaba en cuenta ni se representaba, las diferentes necesidades, costumbres, valores, tradiciones, formas de vida, cultura, historia, cosmovisión o maneras de representación del mundo, de los demás grupos sociales.

Sólo en las últimas décadas del siglo pasado, el sujeto social logra romper con este modelo burgués o concepción burguesa del ejercicio de la ciudadanía, dándole cada vez más espacio e importancia al debate público sobre los derechos culturales y los derechos de “las minorías”.

La Ciudadanía Democrática, se plantea como un modelo alternativo de ejercer la ciudadanía dentro de las actuales “democracias globalizadas” o “democracias” neoliberales que existen actualmente en el mundo.

Rompe en primer lugar, con la concepción burguesa del “Ciudadano” como un sujeto único, estático y homogéneo. Para la Ciudadanía Democrática, el ser humano es de una cualidad dinámica y pluralista, por lo tanto, no puede ser de ningún modo “etiquetado” o “estigmatizado”, como tradicionalmente lo ha hecho el pensamiento moderno al definirlo como un ser universal de cualidades únicas y homogéneas. La Ciudadanía Democrática, niega entonces, una concepción única del ser humano, así como una idea única del “hombre” o de la “mujer”. Por el contrario, comprende al individuo como un ser plural y multicultural, rodeado de múltiples realidades, dentro de una sociedad igualmente plural (UNESCO, 2001). Esta concepción o modelo de individuo y por ende de sujeto social, difiere por completo de la definición clásica (moderna) del “Hombre” y del “Ciudadano Burgués”. La Ciudadanía Democrática, también se opone y combate al Neoliberalismo Cultural, que frivoliza y reduce el problema de la Identidad Cultural, a un asunto discursivo, de “imagen”, “rating” y “marketing”, convirtiendo al ser humano en una cifra o estadística más, y al ciudadano, en un simple usuario, consumidor o peor aún, en un producto de consumo.

La Ciudadanía Democrática, parte entonces, del principio de Interculturalidad que valora y consagra la existencia de múltiples culturas dentro de una misma estructura social. La existencia de esta interrelación, entre los diferentes componentes culturales, debe a su vez, partir de dos principios fundamentales: el Pluralismo y la Igualdad. El Pluralismo es un principio, donde no sólo se acepta la Diversidad Cultural, sino también su igualdad en derecho y valor cultural. La Ciudadanía Democrática, se propone finalmente la constitución de una cultura y de ciudadan@s plurales y demócratas, como primer paso hacia el logro de una verdadera Democracia Participativa, que supone la valoración y participación igualitaria de los distintos componentes culturales que conforman una sociedad.

[1] García Canclini, Néstor. (1995). Consumidores y ciudadanos: Conflictos multiculturales de la globalización.

[2] Poleo, Elba. (2004). La cultura y la construcción de la Ciudadanía Democrática Multicultural. Cuadernos Edumedia (5).Caracas. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Págs. 55-56.

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