Imagínense a nuestro ex presidente vestido con un impecable traje rojo de astronauta, tratando de desenvolverse en un agujero temporal. ¿ Lo consiguen ?
Tenemos que colonizar ese pequeño planeta de ahí abajo. Apenas tienen agua y no hay señales de vida inteligente. Pero nuestros informes aseguran que tienen armas de destrucción masiva
De todos los relatos de Stanislaw Lem que he leído este verano hay uno en especial que me causa mucha inquietud. Es el viaje séptimo de los 'Diarios de las Estrellas'. El protagonista del cuento, un intrépido cosmonauta que viaja sólo en su nave, se ve accidentalmente sumergido en las entrañas de un vórtice temporal. El resultado del accidente es una compresión-dilatación en la materia espacio-tiempo, lo que genera la aparición de réplicas del personaje en los diferentes momentos de tiempo; el astronauta de ahora se ve sorprendido por el de hace cinco minutos y éste por el de hace dos semanas y así sucesivamente. Digo que me inquieta el relato porque desde que lo leí no dejo de pensar en personalidades de la vida política introducidos deliberadamente en situaciones como la que os he descrito. El caso es que así a lo tonto se me pasó por la cabeza que un personaje muy bueno para esta situación – me temo que también para muchas otras, el tipo da mucho juego - sería el bueno de Jose Mari. Yo le llamo así, perdonen la confianza, es que creo que es muy...popular. Vamos, del pueblo.
Pero volvamos a la literatura. Resulta que el personaje de Lem se ve incapaz de salir del bucle temporal, y no sólo eso, sino que además las réplicas de él mismo que aparecen en la nave son cada vez más numerosas. Y como es lógico, entran en conflicto. Porque, seamos sinceros, si ustedes se encontrasen con su yo de hace doce años y con en el de dentro de otros doce, lo más probable es que no se pusieran de acuerdo ni en cómo se aprieta un tornillo. Porque las personas vamos cambiando y porque los humanos somos contradictorios. Lo revelador del cuento es que allí, en la nave, todas las copias del yo del personaje durante las distintas etapas de su vida, se pelean, se sacuden, se engañan, porque cada uno de ellos piensa que conoce la mejor y única forma de solucionar la paradoja temporal. Magistral cuento, del que no les revelaré el final.
Ahora ya, con estos precedentes, volvamos con Jose Mari. Imagínense a nuestro ex presidente vestido con un impecable traje rojo de astronauta, tratando de desenvolverse en un agujero temporal. ¿ Lo consiguen ? Pues bien, yo creo que lo que sucedería es que cada vez que apareciese una réplica suya en la nave, este señor estaría encantado de conocerse de nuevo a sí mismo. Es más, lo intuyo con tal fuerza de voluntad y disciplina que creo que esperaría pacientemente la llegada de más yoes de sí mismo– no sé si debiera escribir sues del yo mismo, – y organizaría turnos para hacer las comidas, distribuyendo los víveres en raciones perfectamente equitativas. Separaría a los Jose Mari de entre trece y diecisiete años, otorgándoles labores propias de su edad, y muy diferentes de las asignadas a los clones de entre treinta y dos y cuarenta y dos años, que probablemente jugarían torneos de padel – perdonen la frivolidad, ya estaba tardando mucho en escribirlo – y de una forma consensuada y democrática alcanzarían en armonía la solución al problema. Fin del cuento.
¿ Fin del cuento? No, amigos. Empecé este escrito afirmando que el asunto me causaba mucha inquietud. Mi inquietud es debida a que no puedo dejar de pensar que lo que realmente ocurriría es que nuestro protagonista nunca querría solucionar el problema. Cada vez que apareciesen réplicas nuevas en la nave, éstas serían organizadas, aleccionadas e instruidas con objeto de crear un ejército de Jose Maris. Me los imagino en el puerto de embarque de las cápsulas de exploración espacial con un pensamiento único:
Tenemos que colonizar ese pequeño planeta de ahí abajo. Apenas tienen agua y no hay señales de vida inteligente. Pero nuestros informes aseguran que tienen armas de destrucción masiva
Pongan su imaginación a trabajar.
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