NOTICIAS QUE NO INTERESAN

Casi mil millones de personas sufren hambre en el mundo. A la macabra cifra se han unido este año 40 millones más, de una sola vez. La estadística se ha conocido al tiempo que un señor -al que la gran familia española del fútbol conoce como “Juande”- se hacía con las riendas de un club de malcriados. Con tantos intereses económicos y de poder que grandes prohombres de la vida social andan enzarzados en lucha agónica para ocupar el lugar del que más manda.

40 millones de personas es casi la población española. Exactamente la de origen, descontando los emigrantes. Es decir, los que –en opinión de tantos mentecatos- merecemos la titularidad de este país. La mecánica es simple. Ocho empresas controlan el 80% de los alimentos del planeta. Lo contó en Informe Semanal –para un reportaje de Vicente Romero- Jean Ziegler, relator especial de la ONU. Cuando soplan los vientos alisios o circunstancias igual de poco racionales, se ponen de acuerdo en los precios y los elevan. Un día deciden, por ejemplo, aprisionarnos con una impagable inflación. O vuelven a subirnos el petróleo -arma zigzagueante, eterna espada de Damocles- aquellos que lo controlan. Supongamos que, también, las descabelladas luchas partidistas, los malabares neocon que no cesan –ni llevan visos de hacerlo-, nos dejan sin acceso a la tierra, el crédito y el empleo. No es tanto imaginar. A otros les pasa.

Coceremos cuero repujado, o los viejos zapatos, un par de piedras, alguna yerba, para que el agua del desayuno tenga algún sabor. No es una figura retórica, no un eufemismo, así lo hacen en algunos lugares de África, hombres hechos y derechos, mujeres y niños. El resto del día es hambre. Algún cereal con suerte. Luz de luna como cena. Sentir que el estómago gime de ausencias tangibles y que no hay con qué acallarlo, experimentar que las fuerzas flaquean. Un día tras otro. Maquinando cómo encontrar comida. Cómo dinero para pagarla, al precio que marque el mercado. 963 millones de personas se encuentran en esa situación. 40 millones acaban de añadirse al cómputo. En un solo año. El mismo en el que los adinerados del mundo reciben ayudas económicas para no perder su nivel de vida.

No nos interesa. Tampoco que un tercio de la juventud española se haya declarado partidaria de la pena de muerte y de apoyar su implantación en nuestro ordenamiento jurídico. Lo han dicho a los poderes públicos y lo recoge el Informe Juventud en España 2008. Esa juventud ignorante, inculta, desmotivada, pasiva, fracasada, injustamente mimada, piensa así.

Y todos con los Adidas y el Juande, que sí, que los tiempos están muy malos y hay que distraerse. “Quítame de la tele ese niño de vientre abultado rodeado de moscas, por dios ¡que estamos comiendo!”. Marionetas insolidarias, otros manejan los hilos con nuestra indiferencia cómplice. Pero cualquier día podemos convertirnos en su próximo objetivo, si no lo somos ya. Lo estamos viendo: el cerco se estrecha.

Conocer los hechos, las causas próximas y remotas, exige un esfuerzo intelectual. Mínimo. Supone leer o escuchar, unir datos y elaborarlos. Por eso entra tan fácil el fútbol. Es sencillo de entender. Algo más cuesta abrir la puerta a lo menos gratificante. Pero constituye la realidad. ¿Preferimos vivir en el limbo? ¿Sólo por eso rechazamos ser protagonistas de nuestras propias vidas? La historia se harta de repetirse. Y el viento no diluye las amenazas. ¿Ni en cabeza propia escarmentaremos? Aunque hay una pregunta más inquietante: ¿Han cercenado y amansado nuestra dignidad al punto de hacernos indiferentes a la injusticia atroz a la que se ven sometidos millones de nuestros semejantes?  ¿Es mucho pedir un poco de atención?